Mary and Max. EEUU, 2009. Adam Elliot.
Después de la multipremiada trilogía clay-motion de Brother, Uncle y Cousin, y el ganador del Oscar a mejor corto animado Harvie Krumpet, Adam Elliot explaya los teman que le obsesionan en Mary and Max, sintentizando sus cuatro pequeñas obras en un enorme film de animación que no tardará -si es que acaso ya no lo hizo- en germinar su status de film de culto.
La historia sigue a Mary, una niña inocente procedente de una familia disfuncional, que un buen día tiene la idea de escribir azarosamente una carta a Estados Unidos para ver si alguien contesta sus dudas acerca de la vida. Quien recibe la carta es Max, un ermitaño sociofóbico que, lejos de poder responderle, parece tener aún más dudas que la niña. De esta relación a distancia surge una amistad tan inexplicable como entrañable, que terminará en un final que se ve venir pero no por ello resulta incorrecto ni trillado, sino todo lo contrario.
Es que Mary and Max es todo lo que el otrora realizador de cortometrajes venía prometiendo, y un poco más: al margen de que por obvias razones (el film está distribuido por Icon, la productora de Mel Gibson) la animación resulta superior, el guión delinea a la perfección personajes que, gracias a sus múltiples defectos, se vuelven tan tristes como queribles. La técnica animada encuentra además en su fotografía casi monocromática contrastes que aportan a la narración del film una metáfora lógica pero acertada: la calidez visual de Australia (Mary), contra el gris al 18% de NY (Max).
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